Realmente no sabia donde colocar este articulo de opinion, me parece interesante:
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Este país de pueblos feos
¿Vale la pena rescatar o conservar algo?
Por: Juan Luis Font
Aparte de Antigua Guatemala, y a pesar de muchos de sus habitantes que se resisten a los controles del Consejo de Protección, no hay una sola ciudad conservada en el país. Guatemala es un territorio de pueblos feos, caóticos y sucios pese a que a lo largo de su historia se han construido hermosos conjuntos arquitectónicos. Chichicastenango o Esquipulas son buenos ejemplos de esto. Escuintla también. Quetzaltenango conserva todavía parte de los monumentos de su centro histórico, pero sus vecinos se afanan casi con la misma pasión con que lo hicieron los capitalinos por acabarlo.
Ni sombra queda de lo que fue San Francisco El Alto en Totonicapán. Su mercado todavía atrae turistas, pero el pueblo se ha convertido en una muestra de la tragedia estética que puede acarrear la combinación del block, la lámina de zinc y esa arquitectura pavorosa que ha dado en llamarse “las casas del cielo” en el Altiplano.
Claro que todo esto no ocurre sin causa. El terremoto de 1976 demostró que las estructuras de adobe y teja son letales si no se encuentran debidamente reforzadas. Además, la ruptura del modelo social tradicional en el país, con la guerra y la persistente pobreza, causa de la migración constante hacia Estados Unidos, tienen que reflejarse en la forma en la cual se vive y se construye. Guatemala cambió mucho desde la época en que las ciudades se organizaban a partir de una plaza central en retículas más o menos ordenadas.
Por lo demás, nadie puede negar que los materiales modernos de construcción permiten dotar de comodidades esenciales a las personas. La sustitución del piso de tierra o de barro, por el uso de la cerámica y el cemento, supone una gran mejora en las condiciones de vida.
He tratado este tema con diferentes personas dueñas de un gran sentido estético y me han respondido que esa nueva arquitectura y la transformación de esos pueblos merece respeto porque refleja una prosperidad honesta, cargada de determinación y de dignidad de sus pobladores. Sus argumentos son válidos, sin embargo encuentro un dejo de paternalismo en estas opiniones, que se refleja en la negativa a criticar la fealdad nueva de los poblados.
Por mucho que uno pueda encontrarle una explicación social coherente al fenómeno, lo cierto es que los resultados estéticos son penosos. Y el país ha perdido una parte de su atractivo, sin que haya fuerza alguna dispuesta a impedir esa pérdida.
Todavía hay algunos sitios rescatables en Guatemala, como el atrio de Santiago Atitlán. Con el resto de esa ciudad ya no puede hacerse más que mitigar los daños, procurar que un poco de pintura y teja, quizás algo de ornato y flores, permitan reconvertir a esa especie de asentamiento posterremoto junto al lago en un sitio atractivo. Pero, ¿a alguien le interesa hacerlo? ¿Es que la estética de los pueblos es sólo un asunto frívolo ante nuestros problemas tan graves?
Quizá lo sea, pero también es un asunto de interés económico. Cuzco, en Perú, o el centro de Querétaro, en México, se preservan con gran cuidado por ser fuente de ingreso para sus pobladores, además, entre los vecinos hay quienes piensan que la arquitectura tradicional refleja una parte de su historia que no debe echarse al olvido sólo porque ahora se viven nuevos tiempos.
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