Una mirada a la arquitectura y urbanismo de las ciudades
La arquitectura y el urbanismo no han logrado hacer ciudades amables

Para 1993, Bogotá había llegado hacía algún tiempo a la edad y carácter de ciudad enorme y caótica, y podía decirse, por ello mismo, que era plenamente moderna. Bogotá, en particular, corresponde a lo que se dijo hace años: "Una ciudad que olvidó su pasado, no sabe qué hacer con su presente y no tiene ningún futuro". Un resumen cruel pero claro de lo ocurrido con esta y otras ciudades colombianas durante gran parte del siglo XX.
En los últimos 15 o 20 años, Bogotá se sitúa bajo la dictadura del cambio. Cambio permanente propiciado por las empresas privadas u oficiales del transporte masivo o de finca raíz, por los problemas de movilidad, de infraestructura vial, por brotes desordenados de construcción nueva residencial, oficinesca o comercial o por la nociva migración social urbana.
El hecho urbanístico más visible en esta época no es la construcción o la arquitectura sino la publicidad, anunciadora de las últimas maravillas en materia de metros cuadrados de vivienda o de oficina.
La intensificación reciente del comercio "informal", no es más que una excrecencia social de la gangrena urbanística del comercio en las ciudades. El comercio, legal o ilegal, no reconoce límites ni disposiciones legales o de planeación. Lo invade todo, ataca cualquier hábitat, cualquier nivel estético y tecnológico de ciudad, barrio o calle. Esa presencia es quizá el fenómeno más notable y complejo de los últimos tiempos en cualquier zona de Bogotá.
Los famosos premios urbanísticos otorgados a Bogotá como ciudad bella y armónica, con bonitos lugares y visibles esfuerzos por lograr ambientes habitables o disfrutables ¿en los últimos años, es verdad¿ ignoraron el hormigueo alarmante de vendedores ambulantes que "compran" rincones de andenes generosamente ampliados por las autoridades para acorralar al tráfico automotor; los barrios estancados en su imposibilidad para mejorar o superar sus condiciones ambientales y estéticas congénitamente deprimentes, y las surrealistas batallas para evitar la construcción de más centros comerciales.
Que hayan surgido en Bogotá y otras ciudades ¿con las mejores intenciones¿, alamedas, parques de mediana y gran área, zonas de esparcimiento, paseos y ciclovías son buenos ejemplos cuya popularización sería deseable pero muy difícil en la compleja rebatiña urbanística que caracteriza esta época.
Sin control
Desde hace décadas, la ciudad se extendió por los cerros del suroriente y el suroccidente, en un proceso imprevisible e incontrolable de expansión de barrios marginales. El ejemplo de Ciudad de México, São Paulo, Lima, lo ha seguido Bogotá con tanto atolondramiento como fidelidad.
En Colombia se han cometido los mismos errores técnicos y sociopolíticos de otras metrópolis latinoamericanas. En eso estamos al día en Medellín, Cartagena, Cali... Nada tienen qué envidiarle las comunas del Valle de Aburrá a las favelas de Río. Somos eficaces creadores de nuevos infiernos sociales y procesos ciudadanos destructores. Por cada obra meritoria de edificios útiles a los intereses comunales han surgido en los años recientes 20 o 30 que nada aportan a la capital.
Bogotá es hoy la ciudad del rincón hermoso pero también del bolardo inútil, del centro comercial que anula las vías que conducen a él. Los lazos sociales y familiares creados entre la Santafé colonial y sus habitantes, o la incipiente Bogotá del siglo XIX y su creciente población, han pasado a ser en estos primeros años del siglo XXI tan tenues como confusos. Y más grave aún, son en gran medida innecesarios. El bogotano de hoy puede darse el lujo de no sentir que tiene sus raíces y su punto de partida anímico en un lugar urbano en particular. La ciudad se le presenta anónima, gris, nivelada por lo bajo en cuanto a lo que puede esperar de ella.
De ahí que le parezcan extraños y fabulosos tres o cuatro edificios concebidos en la segunda mitad del siglo XX por Rogelio Salmona y unos pocos más de la autoría de otros buenos arquitectos, y que se reúna en el parque en torno a la biblioteca Virgilio Barco. El colmo del distanciamiento con la ciudad y de la ironía del llamado "espacio público" es que practique con entusiasmo ese paradójico uso de las vías hechas para el tráfico automotor, en la simulación de la épica jornada del corredor que anunció en Atenas la victoria de Maratón.
No obstante, en medio de esto, hay algo positivo: el implacable, deshilachado y cruel repaso que las cámaras de TV hacen de las arquitecturas que se desgranan a lo largo del paso de los corredores de esa maratón, y que a punta de verlas todos los días hemos dejado de observarlas. Ese fugaz repaso de los infinitos cambios de la ciudad, es representativo de lo ocurrido en los últimos 15 años o algo así, de historia bogotana.
Por Germán Téllez, arquitecto, historiador y crítico.