Desafío Extremo
Juan Guillermo Ordóñez
Estoy en un pequeño restaurant compartiendo la cena con una pareja de franceses, Gee y Monique. Nuestros rostros son mudos testigos del cansancio luego de un día de intensa actividad.
En las mesas vecinas puedo ver españoles, norteamericanos, canadienses y más gente del viejo continente con nacionalidades tan variadas como italianos, suizos e ingleses.
El ambiente es de verdadera camaradería, algunos intercambian sus sillas en las mesas para platicar un poco las hazañas del día, otros se apresuran a bajar sus fotografías a sus laptops por mera curiosidad o para evaluar el material de su próximo artículo en una revista o en un periódico de alguna parte del mundo, no falta quién brinda y celebra con cerveza bien fría.
En mi mesa atentamente escucho los consejos de Gee cuando observa mis tomas fotográficas del día; sus críticas, y en algunos casos felicitaciones, son un valioso aprendizaje que no olvidaré.
Gee ronda los 60 años y en sus tiempos fue escalador de nivel mundial. Hoy recorre el mundo como fotógrafo de deportes de aventura, principalmente de escalada, y es guía certificado de estas actividades en Francia.
Sus fotos han sido publicadas por las revistas más prestigiadas del planeta. Me muestra en su laptop fotografías de su último trabajo en África, unos acantilados impresionantes con fotografías del campeón mundial de escalada, un francés que a la postre resultó ser amigo suyo.
Me llama la atención su laptop llena de tierra y golpes, su fiel compañera de mil batallas.
Pero
se preguntará el lector en qué rincón del mundo me encuentro, rodeado de esta muestra multinacional de gente.
Tal vez en algún rincón de los Alpes Franceses, o en el parque Yosemite en California, o quizás en la Patagonia, o en la misma Nueva Zelandia.
La respuesta parecerá inverosímil, pero
estoy en un sitio que junto con Railay Beach, en Tailandia, es la capital mundial de la escalada en roca en los meses de invierno del Hemisferio Norte.
Este mágico lugar está en México, para ser más precisos, en Nuevo León,
a menos de una hora de Monterrey.
Se trata de las imponentes paredes rocosas del
Potrero Chico en el municipio de Hidalgo.
/ Es Potrero Chico capital mundial de escalada
Para mí el día ha sido especial ya que escalé una ruta clasificada por primera vez. Junto con Monique y Gee estuvimos escalando con Jaime Navarrete, escalador de Torreón que llevaba un par de meses en el Potrero y que además de practicar daba algunas clases.
Con la paciencia de Jaime y mis amigos franceses ascendí por la ruta llamada "I believe I can fly", una de las más "sencillas" de la zona. Pude concluirla satisfactoriamente al primer intento, aunque me comentó Jaime que me vio un poco tenso y que había utilizado mucho mis brazos para ascender en vez de mis piernas, lo que redundaba en mermas de energía y fatiga temprana.
Escalé la ruta una segunda y una tercera vez y en esta última me sentí realmente confiado y hasta sorprendido de cómo en salientes de roca muy pequeñas se puede obtener tracción y soporte con el calzado especial para esta actividad.
La escalada no es nueva en Potrero Chico, pero ha ido cobrando fuerza en los últimos 15 años y se podría decir que su internacionalización data de la última década. Hay más de 500 rutas de escalada, bautizadas, armadas y documentadas, con nombres tan variados y originales como sus creadores de diversas partes del orbe.
Ejemplos de nombres de estas rutas son: Don Quijote, Cactus Dancing, Caguama Queen, Space Boys, Estrellita, Sendero Luminoso y Las Agujas.
Los padres de una buena parte de estas rutas son los estadounidenses Magic Ed y Dane Bass. Ed se encarga de publicar un pequeño libro guía de todas la rutas existentes y cada año lo actualiza con las nuevas conquistas.
Como su apodo lo dice, Ed es un tipo mágico, de madre mexicana y padre estadounidense; creció en la Unión Americana y se formó como devoto y experimentado escalador. Hace 12 años encontró en Potrero Chico algo así como la tierra prometida para el resto de sus días.
En uno de mis tres viajes al Potrero tuve la oportunidad de conocer a Magic Ed y es toda una leyenda viva, un tipo que está dispuesto a tenderle la mano al que se lo pida y que ha hecho mucho por esta región.
Ya entrada la tarde, fuimos a practicar algo de bolder, modalidad de escalada a escasos uno o dos metros del piso, y que se practica en paredes con pendiente negativa e incluso sobre techos o repisas, todo esto sin cuerdas de seguridad; ahí se nos unió Luis Lozano, propietario de una de las posadas que existen en Potrero Chico.
Después de practicar poco más de una hora, Luis nos recomendó apurarnos e iniciar el retorno hacia su posada, ya que era casi la hora de la cena y el menú programado eran chiles rellenos, muy apreciados entre la comunidad escaladora.
Expresé mi aceptación de su propuesta comentándoles que en todas las pláticas que había tenido con escaladores de diferentes países en días anteriores, uno de los temas que salía en la charla era la rica comida mexicana, especialmente la de la Posada Potrero Chico preparada por la señora Luly, madre de Luis.
Había concluido una jornada más en la temporada alta de esta zona de bellas y escarpadas paredes de roca,
periodo que inicia en noviembre y concluye con la Semana Santa; yo me disponía a tomar la carretera hacia Monterrey y planear la siguiente aventura, ya que el desafío nunca termina.
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