Anatomía del sur
Javier González Méndez
Las maniobras orquestales en la oscuridad del eje Ourense-Vigo, resuenan en la geografía galaica como una sinfonía sociológica civil de esas que brotan por generación espontánea. No es la misma que resuena en el auditorio natural del norte, alrededor del eje Lugo-A Coruña, director, entre el catenaccio de las murallas romanas y los cantos de sirena de la Torre de Hércules. Aquí abajo, verás, las batutas de los directores de orquesta, los Abel Caballero, los Francisco Rodríguez, se mueven al son de partituras que casi nunca son las mismas que descansan sobre los atriles de los ciudadanos. Ni los empresarios, ni los sindicatos, ni las asociaciones vecinales, ni los eruditos, ni la gente corriente, reproducen las notas o los ritmos que marcan los Von Karajan desde sus despachos oficiales. Ahí arriba, en cambio, da la sensación de que las orquestas humanas, con alguna que otra nota desafinada, se acoplan mejor a los designios de sus Von Losadas y sus Von López Orozco. Si en algún lugar he contemplado una maqueta de eso que llamamos ciudad única, es en el sur de mi tierra, entre la ciudad de las Burgas y la ciudad del Olivo, incluidas sus dos áreas metropolitanas, claro, unidas por cordones umbilicales comerciales, empresariales, culturales, turísticos, humanos, que las convierten en un todo civil al que podríamos llamar ‘Vigourense’, a ver si me entiendes, que se desarrolla ajeno a los edictos municipales y las arbitrariedades de las Diputaciones. Esta fuerza desatada de la naturaleza a la que llamamos el sur, esta habitada por una tribu mestiza que practica el intercambio en especies: tú pones el mar y las playas, yo pongo la huerta y las patatas; tú pones la industria, yo pongo mis ahorros; tú pones el puerto, yo coloco mercancía; tú me pones terreno urbanizable, yo pongo constructoras; tu me abres las ventanas al futuro, yo te abro las puertas del pasado, asunto que permite contestarnos a dos preguntas vitales: ¿a dónde vamos y de dónde venimos? La otra que falta, o sea, ¿quiénes somos?, es la que intentan descubrir como locos esos enternecedores políticos que sueñan con poder dirigirnos por control remoto desde sus cuarteles generales. El problema es que, esta inescrutable tribu del sur es indomable. Esta echa de tierra fértil, de mar insondable, de sudor y de lágrimas.
Los vigourensanos
La peculiar banda sonora civil de Vigo se sobrepone a los coros desafinados de sus instituciones oficiales. Este es un barco de muchos patrones en el que, en realidad, marcan los rumbos, seleccionan la potencia de los motores, avivan las calderas, lanzan o recogen el ancla a su antojo, los marineros. Aquí, parece que mandan los que mandan, pero los relojes de los inquilinos de los despachos oficiales nunca están sincronizados con los relojes de una población que ha hecho de sus parroquias, de sus sectores industriales, de sus asociaciones de vecinos, de sus gremios, auténticas fortalezas inasequibles al desaliento e inexpugnables ante las embestidas de los acuerdos plenarios, de los bandos municipales o de los designios de los dioses compostelanos. Vigo es el territorio champions del sur, mientras Ourense forma cantera, llena la hucha y se encarga de la intendencia y de la despensa. Y aquel que se atreve a interponerse entre los vigueses/ourensanos o viceversa, o sea, entre los vigourensanos y su inescrutable destino colectivo, suele acabar aprendiendo la amarga lección de ‘cómo aspirar a ser líder y morir en el intento’.
Este ecléctico ejército civil del sur de Galicia, se parece un horror a aquel ejército de Napoleón Bonaparte que avanzaba imparable por la geografía europea: nunca sabes en qué mochila, de cuál de los anónimos soldados, viaja un bastón de mariscal de esos que acaban poniéndose al frente de una manifestación, de una carga de la infantería ligera, más allá de los planes y los plenos de los altos estados mayores. Aquí, los generales con mando en plaza, los alcaldes, los presidentes de la Diputación, los presidentes de la Autoridad Portuaria, los gerentes de la Zona Franca, no consiguen casi nunca mirar hacia atrás y comprobar que les siguen sus ciudadanos, ¿sabes? En realidad se pasan la vida mirando hacia adelante, intentando seguir la dirección que marcan las huellas que dejan los gobernados en sus distintas y, a veces distantes, migraciones a través de una serie de presentes históricos compulsivos.
La soledad del flautista
En otras ciudades de Galicia, los alcaldes y los altos mandatarios urbanos, disfrutan, de vez en cuando, de una grata sensación parecida a la del ‘flautista de Hamelín’. Hacen sonar su melodía a través de los medios de comunicación, y comprueban que les siguen sus ciudadanos. Aquí, en nuestra ciudad única del sur, el ilustrativo cuento de los hermanos Grimm acaba convirtiéndose casi siempre en una pesadilla. El flautista suele acabar quedándose más sólo que Ortega Cano, tras apagarse la voz y la vida de la más grande, y la insoportable levedad del ser se instala, como una epidemia crónica, en los despachos oficiales, que pasan de oscuros objetos del deseo a descorazonadoras cárceles del alma. Mandar aquí, gobernar en esta zona ingobernable, con un indescriptible chip civil que le permite progresar por su cuenta y riesgo, es un sueño virtual del que uno se despierta al día siguiente de haber tomado posesión de alguno de los cargos.
Territorio civil
No es que los planes urbanísticos, por ejemplo, estén condenados a ser papel mojado por las siglas de las siglas. Es, más bien, que nuestros gobernantes virtuales, con carné del PP, o del PSOE, o del Bloque, no acaban de comprender que la placenta sociológica en la que crece, se desarrolla y acaba viendo la luz esta criatura mestiza y pluricultural a la que llamamos Vigo, generación tras generación, es el caos organizado espontáneamente. Puro y duro ‘territorio civil’, oye. En ése sentido, la clase política viguesa es carne de diván de psiquiatra. Echarse en él, largar en voz alta sus monólogos de frustraciones y poder escuchar, al final, la voz de un discípulo de Freud susurrándoles, uno a uno, al oído: olvídese usted de su sentimiento de culpabilidad. No son los políticos de esta ciudad los que no encuentran soluciones; es la ciudad, los ciudadanos, los que no queremos que las busquen; los que no permitimos que las planifiquen; los que estamos encantados de que den la menor lata posible en sus despachos o moviéndose inútilmente, de un lado para otro, en sus coches oficiales, míralos, que nunca saben de dónde vienen, por dónde van y a dónde deben llegar. Nunca una ciudad ha necesitado tan poco a sus políticos y unos políticos tanto a sus ciudadanos. Nosotros, los vigourensanos, somos esa mitad de los gallegos que, en vez de pasarse la historia asomándose al precipicio vital del Finesterra, como nuestros hermanos de ahí arriba, nos la hemos pasado esculpiendo mil y una puertas de entrada al mundo, por tierra, por mar y, últimamente, por aire. Si existe un axioma geográfico, socioeconómico, antropológico, en este rincón al noroeste del edén español al que llamamos Galicia, es que la distancia más corta entre dos puntos es la que separa Ourense de Vigo o Vigo de Ourense. El problema es que sigue siendo la asignatura pendiente de nuestros políticos, encerrados en sus despachos con el juguete roto de sus respectivos reinos taifa. La grandeza de este sur galaico, en comparación con el sur genérico y alegórico de Mario Benedetti, es que existe. Existe, a pesar de sus políticos, de los conjuros de Compostela y de Magdalena Álvarez.